BARBIERI Y EL SALTO DE LA ESCALERA
A fines de la década de 1950, Horacio Barbieri, por entonces empleado en la Dirección de Aviación Civil, fue provisto de una escalera desplegable, con gruesas sogas y sólidas escalas (ver foto), para participar de un festival en el Aeroparque de Buenos Aires.
La escalera, muy bien construida pendía de un helicóptero en vuelo y Horacio bajaba parándose en el último escalón, tomado fuertemente de las sogas, y de tal forma recorrió allí colgado todo el aeroparque, sobre el público y los árboles de la estación aérea. Fue un suceso.
Obviamente - ¡paracaidista al fin! – pensó en adosar la escalera a un paracaídas y hacer eso mismo durante el descenso. Recurrió a Miguel Molina, por ese entonces el único y excelente reparador y constructor de arneses, velámenes y todo lo atinente a cualquier modelo de paracaídas, con su taller en la recordada barraca ubicada en el aeródromo San Justo.
Molina adaptó la escalera con mosquetones, ganchos y cintas apropiadas, y Horacio comenzó su “aventura”. Saltaba, abría aproximadamente a 400/500 metros, desplegaba la escalera, desprendía la reserva y el correaje y apoyando sus pies en la escalera, comenzaba a descender por ella.
Bajaba hasta el último escalón en el que permanecía parado hasta llegar próximo al suelo, sacaba sus pies del escalón y aterrizaba, generalmente de pie, pues no había mucho movimiento al tener un péndulo tan largo.
Más tarde Hugo Piccardo y Medardo “Pingüino” Andrade construyeron ambos sus propias escaleras. En un festival realizado en el aeródromo San Justo…¡saltaron los tres con sus respectivas escaleras! Enorme suceso.
Horacio recuerda haber realizado una docena de lanzamientos con la escalera, sin inconvenientes. En las fotografías que reproducimos abajo, vemos a Horacio con la escalera próximo a abordar la aeronave para un salto, y el salto con nuestro protagonista colgado de la famosa escalera.
Informe Tomás D. Tomás Berriolo
La escalera, muy bien construida pendía de un helicóptero en vuelo y Horacio bajaba parándose en el último escalón, tomado fuertemente de las sogas, y de tal forma recorrió allí colgado todo el aeroparque, sobre el público y los árboles de la estación aérea. Fue un suceso.
Obviamente - ¡paracaidista al fin! – pensó en adosar la escalera a un paracaídas y hacer eso mismo durante el descenso. Recurrió a Miguel Molina, por ese entonces el único y excelente reparador y constructor de arneses, velámenes y todo lo atinente a cualquier modelo de paracaídas, con su taller en la recordada barraca ubicada en el aeródromo San Justo.
Molina adaptó la escalera con mosquetones, ganchos y cintas apropiadas, y Horacio comenzó su “aventura”. Saltaba, abría aproximadamente a 400/500 metros, desplegaba la escalera, desprendía la reserva y el correaje y apoyando sus pies en la escalera, comenzaba a descender por ella.
Bajaba hasta el último escalón en el que permanecía parado hasta llegar próximo al suelo, sacaba sus pies del escalón y aterrizaba, generalmente de pie, pues no había mucho movimiento al tener un péndulo tan largo.
Más tarde Hugo Piccardo y Medardo “Pingüino” Andrade construyeron ambos sus propias escaleras. En un festival realizado en el aeródromo San Justo…¡saltaron los tres con sus respectivas escaleras! Enorme suceso.
Horacio recuerda haber realizado una docena de lanzamientos con la escalera, sin inconvenientes. En las fotografías que reproducimos abajo, vemos a Horacio con la escalera próximo a abordar la aeronave para un salto, y el salto con nuestro protagonista colgado de la famosa escalera.
Informe Tomás D. Tomás Berriolo
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