“Uno no salta para caer, sino que salta para volar”


Juan Osvaldo Gil, médico platense. A los 83 años salta en paracaídas todos los fines de semana. Ex dirigente de River y directivo del Comité Olímpico Internacional. Trabajó en la Antártida dos años. Su recuerdo de Balbín.




Se le preguntó qué sentía al arrojarse en paracaídas desde 3 mil metros. “Es la pregunta del millón… Uno no salta para caer, sino que salta para volar… Porque yo siento como que vuelo”, dice Juan Osvaldo Gil, médico platense, de 83 años, integrante de un grupo no demasiado numeroso: se estima que en todo el planeta hay sólo unas 40 personas mayores de 80 años de edad que practican en forma sistemática el paracaidismo. Que pronto, en noviembre próximo, se reunirán en San Juan para participar del 12º campeonato mundial y luego del Tercer Encuentro de los Siglos de Paracaidistas Veteranos. 

¿Pero por dónde empezar con este hombre que ha sido dirigente de River, presidente de clubes de Leones, médico hematólogo en diversos hospitales públicos, fundador de escuelas de paracaidismo, representante ante el Comité Olímpico Internacional y como tal asistente a las olimpíadas de Atlanta, Barcelona, Atenas, Beijing, que fue jefe de una estación científica en la Antártida durante dos años, que es piloto de planeadores, aviones civiles y comerciales, que él mismo se construyó un ultraliviano. 

Atrás de él, en su departamento cercano al parque Castelli de 25 y 65, se divisa un diploma. Hay que leerlo. Allí se cuenta que hace pocos años Gil viajó en la Fragata Libertad por nuestras costas y se lee que lo declararon gaviero honorario: “Se certifica que Don Juan Osvaldo Gil ha laboreado en faenas marineras en lo alto de la jarcia de este barco velero…”. En otras palabras, que cuando tenía más de 70 años se trepó a los palos de la fragata en plena navegación… Sonríe y admite que no sabe por donde empezar. 

Elige primero su paso por River durante las presidencias de Davicce y Pintado, antes de la era Aguilar. “La primera vez que había estado en el Monumental había sido en 1951. Yo estaba haciendo la conscripción y estuvimos custodiando las urnas de la elección presidencial de ese año. La segunda fue el día en que se inauguró el Mundial 78. Mi padre era hincha de River y yo también claro. Como era médico, me eligieron para integrar el departamento médico y allí estuve. También presidí la comisión de Prensa”. 

Hace pocos meses –junto a una cincuentena de colegas platenses- Gil recibió en el Salón Dorado la distinción a los médicos que cumplieron 50 años con la actividad. “Me dediqué como hematólogo más a la medicina institucional, es decir a la que se realiza en hospitales, que al ejercicio privado. Llegué a ser director del hospital de Melchor Romero”, recuerda. 

Nació en Bahía Blanca, hijo del ferroviario Juan Luis Gil y de Ana Reyna. “Antes las familias de los ferroviarios seguían a sus jefes, es decir a los padres, al destino que le asignaban. Así que íbamos de un punto a otro, pero mi padre recaló en Mar del Plata. De acá no nos movemos, dijo. En Mar del Plata hice el primario y el secundario. Pero en 1948 me inscribí en la facultad de Medicina de la UNLP y seguí platense desde entonces”. 

De su vida de estudiante, ¿qué es lo que más recuerda? 

“Que estudié medicina con Osvaldo Balbín, el hijo de Ricardo. Tuve ese privilegio… ¿Qué imagen le quedó de Ricardo Balbín? “La imagen es de toda la familia… Una familia extraordinariamente modesta, austera. Nunca le conocí servidumbre alguna en esos años. Me refiero a personal doméstico. Se arreglaba todo entre ellos…Si, una austeridad notable… Sabe, le hablo de actitudes pasadas de moda… Duele un poco ahora hablar de esos modelos de dirigentes… no quisiera seguir…” 



Vayamos un rato al paracaidismo ahora…¿en dónde lo practica? 

“Empecé de joven y dejé de saltar en 1972. Treinta años después… empecé de vuelta… Integramos la Escuela de Paracaidismo de La Plata, que yo fundé, pero nos vamos a saltar a Chascomús porque La Plata se quedó sin altura hace poco tiempo… 

¿Qué significa que se quedó sin altura? 

“Nosotros necesitamos saltar a unos 3 mil metros, como mínimo. De ese modo tenemos 2 mil en caída libre y luego abrimos. Pero en La Plata, como está cerca de Ezeiza y Aeroparque, se prohibió a los aviones civiles que superen el techo de mil metros de altura, por un tema de seguridad aeronáutica. Así que buscamos a Chascomús, que tiene altura ilimitada” 

En ese minuto de caída libre, ¿en qué piensa? 

“Voy totalmente concentrado, mirando este altímetro que me indica cuándo hay que abrir. Que es a los mil metros, generalmente. Cuando yo empecé a saltar, con los paracaídas redondos, era muy arriesgado. Además, uno tocaba suelo con una velocidad similar a que se tirara unos seis metros en caída libre. Ahora los paracaídas cuadrados tienen mayor seguridad y maniobrabilidad” 

¿Se tira con uno o con dos paracaídas? 

“Siempre con dos, uno de emergencia. Pero nunca necesité abrirlo y llevo ya cerca de 900 saltos” 

¿En la caída libre, usted siente que el aire lo frena? 

“Es como ir en moto. O como cuando usted saca la mano afuera en el auto y siente que el aire se la lleva hacia atrás. Bajamos a unos 200 kilómetros por hora y la sensación es de vuelo” 

¿Ha tenido o tiene miedo alguna vez? 

“No, antes del salto uno va concentrado cuando el avión toma altura. El paracaidismo se ha vuelto más seguro. Llegar a tierra es como bajarse de una silla”. 

¿Qué mundo le abrió el paracaidismo? 

“Por el paracaidismo ingresé al Comité Olímpico Internacional. El paracaidismo no es deporte olímpico pero si de demostración. Por eso necesitan un delegado y es lo que fui desde 1995. El hecho de ser médico me hizo presidir las comisiones médicas y de medio ambiente. Así que viajé por todo el mundo y estuve en las olimpíadas de Barcelona, Atlanta, Atenas y Beijing”. 

¿En el ínterin estuvo en la Antártida? 

”Sí, fui jefe de la estación científica Almirante Brown, que está en la Antártida profunda, unos catorce meses. Se encuentra muy debajo de la base Marambio. En invierno teníamos 20 ó 30 grados bajo cero. Era una base conformada por civiles, biólogos, meteorólogos y otros científicos. A raíz de haber estado más de un año en la Antártida, es decir, de haber hecho la invernada, me dieron este diploma de Caballero del Desierto Blanco, que entrega la Asociación Polar Argentina” 

Sigue perteneciendo ahora a un club de Leones… 

“En La Plata fui presidente del club de Leones Dardo Rocha y ahora los amigos de Lanús me hicieron presidente de Leones Gerli Oeste. Hay muchas necesidades sociales a las que atender” 

¿Tiene proyectos aún? 

“Por supuesto. Quisiera hacer una sucursal del Panathon Club en La Plata. Es una entidad internacional que busca dignificar al deporte” 

Está bastante claro que usted se siente y actúa como una persona joven… 

“Mire, yo creo que el secreto de la vida pasa por las perspectivas que uno tiene para el futuro. El que las tiene es joven porque la juventud es un poco una actitud” 

Desde luego que también hace falta tener buena salud… ¿Usted cómo se cuida? 


“Yo hago aerobismo simple. A ver, camino. Hay que caminar cuando uno es mayor de edad. Nada de correr. Como médico veo que hay mucha gente grande haciendo cosas que no debe hacer. Por ejemplo, están los que corren y no es bueno correr. A esta edad hay que caminar y llevar una vida sana. A veces pienso que los médicos debiéramos decir algo con respecto a este tema de los gimnasios. A veces veo a un tipo corriendo sobre una cinta con la lengua afuera… y yo pienso… ¿por qué no te vas a caminar que te va a hacer mucho mejor? Hacé vida al aire libre, comé sano, no fumes”



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Nota realizada por Marcelo Ortale, para el diario platense EL DIA, en la edición del domingo 16 de febrero de 2014.

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