El Ministro que cayó de un avión. Más tarde, Presidente de la Nación entre 1932 y 1938



Relato del historiador Daniel Balmaceda
El sábado 9 de abril de 1927, Agustín P. Justo - ministro de Guerra del gobierno de Marcelo T. de Alvear y futuro presidente- encabezó una gira en avión por varias provincias, con cinco biplanos Breguet que contaban con un asiento para el piloto y otro detrás para el acompañante.
Luego de la estadía en Córdoba, el 12 a las ocho de la mañana las aeronaves emprendieron vuelo hacia la ciudad de La Rioja. Justo no se había puesto el cinturón de seguridad debido a que le molestaba por su panza. En el tramo final, la turbulencia sacudió el avión que transportaba al ministro de Guerra y el hombre salió despedido, como si lo hubieran eyectado. Llevaba el obligatorio paracaídas que, luego de una caída libre de ochenta metros, le permitió descender desde los 2200 metros de altura. El piloto, desesperado, advirtió que había perdido a su pasajero.
Pero Agustín P. Justo mantenía la calma. Y mientras planeaba en cielo riojano logró divisar una vía de ferrocarril. La clave de la salvación era alcanzarla y seguirla hasta desembocar en alguna bendita estación. Cayó en un tupido bosque y le hizo señas al piloto para que continuara su rumbo. Lo cierto es que no había otra alternativa, ya que el aterrizaje era imposible en esa zona.
Una vez en tierra, se quitó el paracaídas y lo extendió para que pudiera ser visto desde el aire. Además, se deshizo del mameluco de aviador que tenía puesto. Marchó con paso decidido, pero apenas unos pocos metros porque a esa hora, los 13 kilómetros de distancia hasta la vía parecían 130: el sol del mediodía riojano atentaba contra la humanidad del ministro, quien se recostó a la sombra de un algarrobo y durmió una siesta, convencido de que llegarían hasta él.
A las seis de la tarde, con los rayos menos agresivos, y consciente de que dependía más de él que de sus salvadores, el ministro Justo se encaminó a la vía y luego apuntó hacia el Norte.
Mientras tanto, en la ciudad de La Rioja, se improvisaba un tren rescatista con el gobernador de la provincia, dos médicos, funcionarios civiles y militares, el jefe de policía, más un piloto que integraba la flota y lo había visto caer. Además, contrataron a un joven gritador nativo de potente voz.
El tren partió a las dos de la tarde, hora en que el ministro de guerra dormía una siesta riojana, bajo un algarrobo.
Se acercaron al radio en el cual esperaban encontrar al ministro: cada dos o tres kilómetros la locomotora (cuyo silbato sonaba con insistencia) se detenía, cuatro hombres bajaban a revisar los alrededores y el gritón lanzaba sus alaridos.
La noche cayó de golpe y la temperatura también. Desde el vagón, los funcionarios asomaban sus cabezas, pero el frío golpeaba con fuerza en la cara.
Un minuto más tarde, a las 23.10, uno de los rescatistas lanzó el grito: "¡Ahí está el general!". Agustín P. Justo llegó a La Rioja en tren y no en avión. Al revés que Charly García.

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