HACE SIETE AÑOS SE NOS FUE PEREZ BRAVO

El 15 de febrero se cumplirán 7 años de la partida de Héctor Rubén Pérez Bravo. Consideré apropiado, como homenaje a su memoria, repetir una nota que publiqué entonces en otro blog, en la cual creo pintar de cuerpo entero el significado que Héctor tuvo en el desarrollo del paracaidismo deportivo argentino.

La fotografía que está debajo fue tomada en el Campeonato Nacional realizado en Santa Fe en el año 1972. En ese torneo estrenábamos la indumentaria internacional utilizada por los jueces. Lo tomamos con mucho humor y de allí que decidiéramos sacarnos esta fotografía, como si fuésemos un equipo de fútbol. Quien tiene la pelota es precisamente Héctor Rubén Perez Bravo. Los integrantes de la foto son, de pie: Aurora Humoffe de Hermida, Enrique Hermida, el Gordo Gabaroni, Ricardo Pérez (hijo de Héctor) y Antonio Román. Arrodillados: Pepe Bassano, Jorge Ocantos, Héctor Pérez Bravo, Tomás Berriolo y Alberto Gómez. (Foto gentileza familia Pérez Bravo)


Lo conocí a mediados de 1956, a poco de haber realizado mi primer salto en el Aero Club La Plata. El apellido Perez Bravo resonaba en nuestros oídos de novatos como el del señor que dirigía la actividad del paracaidismo deportivo en todo el país. Y en nuestro imaginario, lo visualizábamos en un mullido sillón, en un despacho oficial de la Fuerza Aérea Argentina, en oficinas que por entonces funcionaban en la calle Talcahuano de la ciudad de Buenos Aires.

Cuando ya estaba en condiciones de rendir mi examen para la habilitación de Paracaidista Deportivo, mi instructor Rubén Abramo me envió para que lo entrevistara llevándole la documentación de la media docena de alumnos que estábamos listos para rendir.

A poco de cumplir mis 19 años, de impecable traje y corbata y con carpeta bajo el brazo, entré tímidamente al edificio, recorrí algunos pasillos y de pronto ingresé en una bulliciosa oficina - con gente tecleando las antiguas máquinas de escribir Remington - que más se parecía a la redacción de un periódico que a las oficinas de mullidos sillones que yo había imaginado.

Alguien gritó :
 “¡Pérez, te buscan…!”… y apareció un señor sonriente que me saludó con un: “¡Hola..! ¿vos sos de La Plata? Esperá que te traigo una silla así te sentás”. Dicho lo cual, me acercó una silla y nos sentamos ante un escritorio.

Mientras revisaba la documentación que le presenté, me preguntaba cuántos lanzamientos tenía realizados, cómo me había sentido en los saltos de apertura manual, si había sufrido algún golpe o dificultad, y toda una serie de preguntas relacionadas conmigo, mis sensaciones, mis expectativas. El funcionario, el apellido que los directivos del aeroclub mencionaban muy ceremoniosamente, me estaba haciendo sentir como si me conociera de toda la vida.

Al margen de la diferencia de edad, independientemente que él era un funcionario de la FAA y yo un novato, un minúsculo alumno a punto de rendir,
 creo que allí mismo me dí cuenta que ese SEÑOR iba a ser mi amigo.


Foto registrada el Día del Paracaidista Militar en Córdoba, en octubre de 2004, ocasión en la cual Héctor Rubén Perez Bravo (centro) recibiera un reconocimiento del Ejército Argentino en mérito a su importante trayectoria y trabajo aportado a la especialidad. Tuve el grato placer de compartir este momento junto a otros reconocidos amigos del paracaidismo deportivo como Juan Rafael Psibilzky, ex recordman de altura y probador de paracaídas de la fábrica de aviones, José Bassano, generador de múltiples encuentros de paracaidismo, Instructor, Inspector y Juez Internacional FAI y en el lado izquierdo el Comodoro Roberto Pastrán, uno de los héroes de Malvinas que luego de ser abatido en combate, al eyectarse y salvar su vida se acercó como muestra de gratitud a los paracaidistas, donde se grangeó el afecto de numerosos amigos. El destino se ocupó que una enfermedad lo llevara al lugar donde ya descansan muchos de sus camaradas que ofrecieron su vida por un noble ideal. (Foto gentileza Dr.Jorge DeBernardo, a la derecha de Pérez Bravo)


El 17 de agosto fue al Aeródromo Tolosa, revisó el equipo – Institec 0360 – y luego del salto obligatorio con cuerda estática, me preguntó si me sentía bien para el salto con apertura manual. Ante mi respuesta afirmativa, volvió a revisar el equipo – Dimaer 10560 – y me pidió que desde 800 metros de altura no sobrepasara los 7 segundos de caída libre, de ser posible estable cara a tierra. Me ayudó a acomodarme en el PA-11. En mi libreta tengo anotado, de su puño y letra, 6 segundos 3/5. ¡Excelente! –me dijo ni bien toqué tierra.

Un par de años después me examinó para la habilitación de Paracaidista Profesional, categoría existente en esa época exigida para la habilitación de instructor.

Recuerdo con cuanta precisión me explicó cómo realizar el “doble comandado”, un salto mediante el cual nos equipábamos con tres paracaídas, luego de una breve caída libre abríamos el primero de emergencia, cortábamos la gruesa cuerda de unión - prefabricada para el caso - para desprender y mantener una segunda caída libre para abrir el principal y con él aterrizar. Héctor trajo una hojita de sierra bien afilada, para cortar la cuerda de unión, y recuerdo que me explicó que, una vez cortada la cuerda de unión, arrojara la hojita de sierra para abrir tranquilo el principal.

Nosotros utilizábamos un puñal paracaidista para esa complicada operación, pero Héctor me explicó que alguien – creo que el Flaco Barbieri – había atado el puñal para no perderlo y había sufrido un corte en su mano. Entonces Héctor inventó – creo que fue él, o al menos tomó la idea - eso de la sierrita bien afilada pero descartable, de las cuales tenía unas cuantas que nos proveyó para el particular salto “doble comandado”.

A partir de allí nuestra amistad se fue consolidando, aunque aún no me animaba a tutearlo. Lo tenía casi como un padre en el paracaidismo. Nuestra relación se hizo muy frecuente, en 1962 fundamos la Federación Argentina de Paracaidismo, y su asesoramiento y apoyo fue incondicional y constante.

Cuando se retiró de la Fuerza Aérea se acercó aún más a la FAP y le pedimos que fuera su presidente. Ejerció el cargo desde marzo de 1971 hasta setiembre de 1973. Recién allí me animé, tímidamente, comenzar a tutearlo; eso a él le causaba mucha gracia. En 1974 lo designamos Jefe de la delegación del paracaidismo argentino que nos representó en el Mundial de Hungría.

Siempre nos mantuvimos en contacto, siempre fue para nosotros una persona de permanente consulta, y un par de años antes de su partida compartimos una cena en mi casa, con su esposa Noelia y el matrimonio Ilda y Hugo Piccardo (radicados en los EEUU), en una de sus frecuentes visitas al país.

Héctor se formó paracaidista militar en la primera tanda a mediados de la década de 1940 y de manera casi inmediata se involucró en el paracaidismo deportivo, sustentando la formación de brigadas de paracaidismo en numerosos aeroclubes del país, algunas de las cuales subsisten y otras se transformaron en clubes específicos.
Durante varios años integró la Comisión Histórica FAP presidida entonces por el decano Vicente Bonvissuto, Miguel Angel Terzo, Vicente Di Serio y Norma Sansone

Cuando tres días antes de su fallecimiento le llamé por teléfono - él internado en el Hospital Aeronáutico - no obstante su dificultad respiratoria hablaba con tanta fuerza y entusiasmo que en un momento le pregunté:
 “Héctor ¿estás seguro que estás enfermo…?”. Se rió; me sorprendió su energía y debí pedirle que no se agitara tanto al hablar. Era el entusiasmo desbordante que siempre lo caracterizó.

Héctor Rubén Pérez Bravo nos dejó el 15 de febrero de 2009. Es muy difícil para alguien que lo apreció tanto, hablar de las cualidades de Héctor como persona, como funcionario, como directivo, como inspector. Es casi imposible que yo sea imparcial pues fue tanto el afecto que me brindó, como a tantos otros que en un momento fuimos sus alumnos y terminamos siendo sus amigos, casi como hermanos, que apenas me animo a calificar lo que todos conocemos de él: su honradez inclaudicable, su pasión por nuestro deporte, su forma de hacernos sentir bien con solo dos palabras, una sonrisa y un abrazo o una palmada. Con el respeto que se ganó dentro de la Fuerza Aérea, donde su apellido era un pasaporte que no requería visa, a todos los niveles.

Creo que debemos recordarle tal como él vivió: con su amor y dedicación por su familia, con su entusiasmo, con sus ideas, con su creatividad constante, con su vitalidad. Su obra fue fundamental en la creación y organización de nuestro paracaidismo deportivo, y así lo tendremos siempre presente en nuestras mentes y nuestros corazones.

Tomás D. Berriolo
Presidente Comisión Histórica FAP

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